EMIL
NOLDE (Acuarelas)
Emil
Nolde (1867-1956) fue un pintor alemán, que, después de haber
pertenecido a los grupos de los expresionistas alemanes denominados
El Puente (Die Brücke) y el Caballero Azul (Der
Blaue Reiter), continuó su trayectoria en solitario. En 1913-14
formó parte de una expedición etnológica internacional, viajando
por Rusia, China, Japón y llegando hasta la Polinesia, viaje que
indudablemente influyó en su pintura.
Su
reacción frente al nazismo no está muy clara, ya que al principio
parece que apoyó la idea de un arte alemán característico que
propugnaban los nazis, pero después algunas de sus obras fueron
incluidas en la categoría de “arte degenerado” en la que los
nazis condenaron todo el arte moderno de su tiempo.
Ante
la prohibición de pintar que le fue impuesta, abandonó el óleo y
se refugió en el grabado y en la acuarela, produciendo, desde
1938 a 1945, una gran cantidad de acuarelas de paisajes y
flores, a las que consideraba como “imágenes no pintadas”.
Pasó los últimos años de su vida en el norte de
Alemania, en Seebüll y allí murió.
Las
acuarelas que realizó en esta época, de pequeño tamaño, por el
dominio y la expresividad del color y de la forma, constituyen uno de
los puntos culminantes de su obra y de la pintura a la acuarela en
general.
Son paisajes creados a partir de sus “poderosas
vivencias de gran dramatismo y grandeza”, en palabras del propio pintor, y para toda esta serie, Nolde inventará un lenguaje plástico muy particular, afín a sus emociones.
En
todas estas imágenes es evidente que no hay planteamientos
naturalistas, sino que se trata de plasmar lo que existe más allá
de esos cielos, de esas llanuras, busca
plasmar
lo más
esencial de
la pintura. Una visión intimista y ensimismada de lugares afectivos
con un sentimiento ciertamente romántico, reflejado en panorámicas
amplias y horizontes muy bajos, pocos
detalles entrevistos en la distancia traducidos en vivos gestos del
pincel, mares tempestuosos y agitados, cielos cambiantes que ocupan
la mayor parte del formato.
Vemos
que el paisaje será el vehículo principal de sus emociones
interiores; sus “paisajes
mentales” vendrán
sugeridos por la mancha
espontánea de
acuarela, casi siempre libre de contorno y el uso vivísimo y audaz
del color, ese color
saturado que
Nolde ha visto y ha asimilado de la naturaleza del Norte y ahora
utiliza menos matizado que en obras al óleo; el color en estado más
puro. Advertimos que las gamas de complementarios que
Nolde utiliza con frecuencia despliegan igualmente todo su poder
visual en estas obras.
El
color de los llamados “cuadros
sin pintar” es
tempestuoso
pero no estridente. Nolde emplea la saturación cromática
propia de la cultura del color del Norte y su atmósfera
transparente, a diferencia de los colores mediterráneos, que son en
general más neutros y blanquecinos, menos puros, velados por la
bruma del mar. Igualmente hace uso del color de manera arbitraria y
subjetiva, con connotaciones
simbólicas y emotivas,
y como agente dinamizador de la composición.
Hay
una
gran simplicidad en
la manera de concebir y componer las imágenes, con escasos
elementos, eligiendo siempre los más representativos del paisaje
local; una síntesis de
las formas de la naturaleza y la orografía que expresa su relación
intimista con el medio que le rodea y que el pintor estima. Mediante
movimientos fluidos y rápidos del pincel, en un proceso pictórico
totalmente abierto y desinhibido, sin dibujo o planificación
previos, el artista irá creando todas estas imágenes una tras otra,
día tras día.
Algunos
de estos paisajes alcanzan un grado de abstracción tal
que apenas resultan reconocibles; son en sí mismos conjuntos de
formas y manchas de gran plasticidad visual, vibraciones cromáticas
que insertan una variación en la composición, introduciendo
apenas breves líneas que esbozan detalles particulares de la escena.
Las
sutiles transparencias, fundidos, degradados tonales y transiciones
de un color a otro son fruto de una libertad, de un azar controlado
por parte de Nolde; cada grafismo, mancha o salpicadura se ha creado
en el momento de ser pintada con resultados tan evocadores como
insospechados que nos transportan visualmente a su mundo personal.
El
equilibrio entre las manchas opacas de gouache y las transparentes de
la aguada de acuarela, los complementarios interactuando entre sí o
la contundencia de algunos acentos de negro nos transmiten las
impresiones de los paisajes nórdicos filtrados por la sensibilidad
de Nolde.
La
aportación de Nolde en
toda esta serie de acuarelas es la
plasmación plástica de unos paisajes grandiosos y sencillos a la
vez, cercanos al pintor y en permanente cambio.
“Los
colores se regocijan y lloran conmigo, los colores fueron
mi
felicidad y a mí me parecía que amaban mis manos.”
Emil
Nolde