jueves, 28 de septiembre de 2017


CLAUDE LORRAIN
 LOS MATICES DE COLOR Y DE LUZ
He aquí un dibujo de Claude Lorrain que nos ofrece una vista de la campiña romana. En conjunto se distinguen varios planos: en el primero el suelo flanqueado por un macizo rocoso a la izquierda, en el segundo una extensión de agua, en el tercero un paisaje de colinas y en el cuarto el cielo. Los planos están superpuestos y parecen escalonarse en profundidad. Pero este dibujo no es una representación exacta de la realidad, tal como nos la puede ofrecer una fotografía. Nos da la sensación de estar frente a un dibujo de un campo real, pero hay algo más. ¿Y qué es ese algo más?
 El artista emplea matices de color para construir otro espacio, en el que nos situamos de otra manera que en la naturaleza, pero cuya existencia no se puede poner en duda, ni tampoco nuestra situación especial frente a él.
No se puede negar que ese dibujo nos da sensación de profundidad, pero no solo nos da sensación de profundidad. Nuestro ojo no se va solo al fondo, también nos lleva a la superficie, a los diversos planos. En esta doble condición es como las formas toman validez plásticamente.
El problema para el pintor consiste en regular los matices de la luz y del color de tal suerte que, aunque nos den la sensación de profundidad, no nos hagan perder la del plano. Así procedió Lorrain haciendo una organización metódica en que los planos hacen de pantalla unos respecto a otros. Al mismo tiempo que se desvía para sugerir la profundidad, la superficie se endereza y, sensible como una membrana, obedece a los mandatos del espacio, sin romperse ni romperlo nunca.
Para llegar al corazón de esta metamorfosis, examinemos el dibujo en detalle:  aquí hay, ante todo bien delante el suelo con su macizo rocoso, más lejos una extensión de agua, todavía más lejos las colinas coronadas por dos castillos, y, por fin, en el horizonte el cielo. Entornando los ojos, es fácil darse cuenta de que la sucesión de los planos se debe a la percepción de zonas claras y oscuras que se respaldan unas a otras. ¿Pero cómo utiliza Lorrain los matices o valores del color? Obsérvese que el contraste más fuerte se halla en el encuentro del cielo con el macizo rocoso a la izquierda.
En la realidad, tal contraste tendría como efecto provocar un violento resalte de la parte sombría en detrimento de la parte clara.
 Para evitar esta impresión de ruptura, Lorrain modifica los términos del contraste. Por medio de manchas claras que dispone sobre las rocas y delante de ellas, las acerca al cielo; al rodearse de valores claros iguales, el macizo ya no resalta, ni tampoco cae en el fondo.
 Por extraño que parezca vemos que se instala en el espacio sin romper el pacto que lo liga al plano.
Si se suprimen las manchas claras el dibujo se disloca
Examinemos ahora la parte central del dibujo y allí es donde, a primera vista, se escalonan los valores intermedios en mayor número y la expresión de profundidad obra más vivamente sobre el ojo del espectador.
En efecto, si se aísla la colina de doble cima y el castillo de la izquierda, se ve bien que aquella está detrás de este, pero si se les vuelve a colocar en el conjunto,
se comprueba que la colina es “empujada hacia delante” por el valor sombrío de la nube que hay encima de ella, al mismo tiempo que la “arrastra” en igual sentido la sombra de análogo valor que campea en medio del agua.
 En cuanto a los dos castillos, que “empujan” el último termino hacia el fondo claro, son a su vez empujados al tercer plano por la extensión clara del agua y simultáneamente impulsados adelante por lo oscuro del suelo del primer plano.
¿Se quiere considerar todavía la parte derecha del dibujo?
En el lugar en que la montaña más alejada se destaca sobre un cielo claro, Lorrain tiene cuidado de encuadrarla oscureciendo el cielo y oscureciendo aún más los boquetes al pie del castillo; al hacerlo, compensa el efecto de alejamiento. Se observa un fenómeno en el extremo de la derecha. Allí también, no hay más que comparar con la fotografía para darse cuenta de la intervención del artista. La zona más sombría del dibujo se halla en el centro de la región de árboles, mientras que el primer plano está voluntariamente iluminado.

La profundidad no es incompatible con la pintura. También en esto hay que entenderse. En la realidad, los matices de luz y color se escalonan conforme a las leyes de la óptica; al proporcionar al ojo puntos de referencia, es como si nos situaran topográficamente en el espacio natural. En pintura, por el contrario, los valores se convierten en agentes de expresión a condición de transformar este efecto. Lo consiguen mediante un juego de pantallas que ordena la vista en profundidad aun respetando el plano. Es en este espacio “imaginario” (puesto que no existe en la naturaleza), pero al mismo tiempo “real” (puesto que existe para nosotros), donde los objetos toman cuerpo; a él deben tanto su forma como sus propiedades expresivas. Para describir la grandeza y la serenidad de la campiña romana, Lorrain aviva la claridad de ciertos fulgores en el horizonte e inventa otros en el primer plano, incluyendo rocas, nubes, castillos, ríos y cielos en su lenguaje plástico.

 Texto basado en un fragmento  del libro de René Berger: El arte de comprender la pintura