domingo, 11 de diciembre de 2016

ARTE POVERA

El término Arte Povera lo utiliza por primera vez el crítico y comisario de arte italiano Germano Celant en 1967 en el catálogo de la exposición 'Arte povera – Im Spazio” en Venecia. En él se describía la tendencia de una nueva generación de artistas italianos a trabajar con materiales considerados 'pobres', de muy fácil obtención: como madera, hojas o rocas, placas de plomo o cristal, vegetales, telas, carbón o arcilla, y, también, materiales de desecho y, por lo tanto, carentes de valor.
El arte povera se vale de objetos de desecho sin aparente valor artístico,  y ajenos a valores tales como belleza, hermosura o exquisitez. Se propone dar valor a estructuras primarias conseguidas con materiales groseros y hasta repulsivos, pero siempre intentando dotarles de un espíritu poético.  Para ello trata de llevar la atención del espectador hacia aspectos cotidianos, anónimos y rutinarios a los que nunca se había atribuido ninguna cualidad artística, pero sobre todo se define como contrapeso de la cultura  tradicional, a la que considera inalienable y cerrada a la averiguación de nuevas perspectivas revolucionarias.
           En un esfuerzo por huir de la comercialización del objeto artístico, sus obras ocupan un gran espacio y en ocasiones exigen la intromisión del público. Tratan de provocar una reflexión sobre el objeto y su forma, a través de la manipulación del material y la observación de sus cualidades específicas.
 
Una sala llena de mesas usadas es una de sus propuestas. Con ello quieren banalizar el material de la obra de arte y todos los presupuestos de composición, equilibrio, ritmo, etc. que sustentaron hasta el movimiento Dadá, las composiciones artísticas.
      Las otras obras son pinturas-espejo de tamaño real en las que se refleja el espectador y el resto de la sala. Con estas obras y otras similares, el autor (Pistoletto) hace que tanto el público como el espacio, entren a formar parte de la obra, y captura un momento en que el presente y el pasado se encuentran en constante cambio.
 
Muchas de las obras povera  parten de una acción, como modelar, estrujar, doblar… una transformación natural del material, o bien parten del propio material que con un pequeño movimiento o acción se transforma, como por ejemplo el fuego o el hielo o este papel de embalar que se trasforma en un objeto flotante en el espacio o esas placas de mármol, mineral o cualquier otro material, con las que Mario Merz  ha construido una estructura hemisférica que nos recuerda a un «iglú», estructuras hemisféricas realizadas con materiales diversos.

El arte povera, rechazaba los iconos de los mass media y las imágenes industriales que aparecen en el pop art. Propone un modelo de extremismo operacional basado en valores marginales y pobres. Utiliza un alto grado de creatividad y espontaneidad e implican una recuperación de la inspiración, la energía, el placer y la ilusión convertida en utopía.
En 'La Venus de los Trapos' (1967/1974), de Pistoletto,  el artista combina una reproducción en mármol de la diosa griega y un montón de trapos que había utilizado previamente para limpiar las 'pinturas-espejo' que son su imagen de marca. Esta obra se presta a muchas interpretaciones: uno de los iconos de la belleza clásica contempla los desechos del mundo actual convertidos en arte por una nueva forma de ver; vemos el culo de la Venus al igual que los restos de trapos, es un mundo muerto que mira a otro que ya no sirve para nada; etc.
La conexión de Dadá con el arte Povera es clara: se cuestiona lo que es arte  y  la inmutabilidad de los valores artísticos, se mezclan estilos, se emplean materiales ya hechos, se realizan happenings, etc.
         Aunque el Arte Povera  dice rechazar las imágenes del Pop Art su relación con él es evidente. El primero busca la belleza en los iconos publicitarios que nos rodean, el arte povera la busca en los objetos cotidianos que nos rodean y que utilizamos a menudo. Las dos corrientes buscan un redescubrimiento de lo cotidiano, de lo habitual, de lo inmediato. Las dos corrientes artísticas prefieren materiales sin aparente significación cultural, materiales que no importa su procedencia, ni uso, y  que son reutilizados o transformados por el artista.

          El artista povera asume una nueva actitud, donde toma posesión de una realidad que es el verdadero sentido de su ser. Propone un modo de vida inventivo y antidogmático. El artista povera debe trabajar sobre cosas del mundo, producir hechos mágicos, descubrir raíces de los acontecimientos partiendo de materiales y principios dados en la naturaleza. No expresa juicios sobre su entorno.

Se trata de un arte objetual que aparece como consecuencia directa del arte mínimal. Están estrechamente ligados pero hay una diferencia de conceptos, ya que el mínimal posee una geometría muy estricta y el arte povera rechaza esa frialdad profundizando en la energía que desprenden los materiales
Es un arte intimista y personal muy ligado al movimiento hippie y underground de los años 60 italianos, de ahí la antipatía por las nuevas tecnologías y la modernidad excesiva. Parte de la naturaleza para encontrar la energía elemental.
 
 El arte povera basa su estética en las relaciones entre el objeto y su configuración, valorando especialmente dos aspectos: por un lado, los procedimientos entendidos como proceso de fabricación y manipulación del material, y por otro, los materiales. Estos dos elementos van estrechamente relacionados de forma que hay obras que parten de determinada acción sobre el material (como pueden ser apilar, desgarrar, torsionar); por el contrario, el artista parte de un material como por ejemplo fieltro, caucho, tierra, fuego... al que le somete a una determinada acción. Este arte que valora los materiales industriales en estado bruto y la materia natural, surge en Europa como una reacción en contra del predominio del acero inoxidable, el plexiglás y la estricta geometría del mínimal art.



Todo el movimiento Povera supuso un importantísima reflexión  estética sobre las relaciones entre el material, la obra y su proceso de fabricación y también un claro rechazo hacia la creciente industrialización, metalización y mecanización del mundo que les rodeaba, incluido el del arte.


domingo, 4 de diciembre de 2016

CEZANNE
 La montaña de Sainte Victoire.

         Cézanne pintó la montaña de Sainte Victoire 54 veces a lo largo de su vida. Viendo los cuadros se ve la evolución de su forma de pintar y su concepción de la pintura como construcción de la realidad pictórica.
En estas pinturas la montaña no es el motivo dominante del cuadro, sino una parte más del paisaje. A través de la cuenca del río, con el viaducto del tren, la mirada se desliza hacia Sainte Victoire.

         

          La vista del paisaje está limitada lateralmente por los troncos de los pinos, y la vista en profundidad lo está por las ramas que cuelgan de los árboles. Las ramas de los pinos se convierten en motivo introductorio.  Con sus vivas ondulaciones dibujan el contorno de la montaña  y la encuadran. El verde claro de la cuenca del río, con interrupciones de tonos ocres, conserva su intensidad también hacia lo profundo, o mejor dicho, hacia la lejanía, ya que este cuadro no tiene realmente una profundidad real, en las tres dimensiones tradicionales. Incluso la montaña, como objeto más alejado, se ve como motivo fijamente estructurado y claramente localizable en el espacio, gracias a sus contornos oscuros: y como  tal no se encuentra detrás, sino por encima de los campos, entre la cuenca del río y las ramas de los pinos.
          En las últimas cuatros versiones de la montaña vista desde Lauves, la primera del museo de Filadelfia (1902-04), la del museo de Zurich(1902-06)  la  del museo de Basilea (1904-06) y la de Moscú (1905 ó 06), podemos apreciar algunas de las inquietudes, variaciones y recursos empleados por el autor.

Filadelfia

Zúrich

Basilea

Moscú
         Las pinturas son iguales y distintas. En todas aparece el fondo de la montaña con un énfasis superior al que poseía, la llanura delante, con el ritmo de las parcelas marcado por casas, sembrados, arbustos y árboles. En todas destaca su forma triangular que el artista ha acentuado sobre el cielo. Simultáneamente todas son distintas: diferente la estructura y el ritmo de las pinceladas, de los motivos convertidos en piezas de una imagen, ordenadas; diferentes en el juego del cromatismo, verdes, ocres, azules, violetas; diverso el desencaje de los motivos y también la textura de la materia pictórica, en consecuencia, la luz.
         Al contemplar estos oleos nos damos cuenta de que Cézanne estaba interesado por dos rasgos: la aparición de la montaña y la construcción de esa aparición en el entorno. La montaña es percibida desde la distancia, respetando las normas convencionales del paisajismo, tal como se ha desarrollado a lo largo del siglo XIX: el punto de vista tiene una importancia fundamental, que le impresionismo no ha hecho más que intensificar, y es el ojo el que construye el motivo, la escena, la montaña y el paisaje que la antecede. Ahora bien, las pinturas de Cézanne tratan de conciliar  la presencia en esta percepción, el estar presente de la montaña y la verosimilitud perceptiva. Para ello construye la montaña y la llanura, agudiza su forma triangular  en tanto que forma  pictórica, e introduce  un ritmo plástico en la configuración de la llanura  ante la montaña. La misma montaña está sometida a este tratamiento en sus laderas, a fin de marcar sus volúmenes  y destacar sobre el cielo. Y también éste ha sido pintado como un conjunto de motivos plásticos – no dibujados y coloreados, sino pintados directamente, segmentados según ritmos diferentes marcados por la pincelada.
         Cézanne escapa al tópico perspectivo del paisajismo y defiende la condición plana del lienzo: la profundidad que en la llanura obtiene está determinada por la sucesión de los motivos, dispuestos como estructuras cromáticas de ritmo articulado pero diferente y contraste de tonalidades.

          Cuando contemplamos la pintura de Filadelfia, vemos un paisaje, pero también una estructura plástica en los motivos verdes de la vegetación,  y ocres en  la tierra y las casas,  que se disponen hasta el pie de la montaña.

          Ante el cuadro del museo de Basilea somos bien conscientes del efecto producido por la introducción de árboles y arbustos en el primer plano,  a la izquierda y en toda la parte inferior, que abren una especie de ventana sobre el paisaje.

          Mientras que en el cuadro del museo de  Moscú adopta un punto de vista menos efectista, con un ritmo plástico más acentuado y, por tanto, con mayor dinamismo visual.
        El artista no ha construido un espacio recipiente en el que colocar los diversos motivos, sino que los motivos son lo que crean el espacio del paisaje. Tampoco la luz cae desde un foco sobre las cosas, las casas, los prados, los árboles o la montaña, sino que, como pone de manifiesto con mucha claridad la obra del museo de Zurich,

surge en las mismas cosas, es decir en los desajustes entre unos motivos formas plásticas y otros, en los espacios no pintados, en el contraste de los tonos y en las diferencias del ritmo de la pincelada. Si el acto de pintar, la condición de pintura, la pincelada, su movimiento, su ritmo, están presentes, no se ocultan, también la naturaleza plana de la pintura es evidente.
         Todo ello en la más estricta verosimilitud: se trata de paisajes que se pueden ver desde Aix y Cézanne no lo oculta, ni la configuración del paisaje ni la condición de paisaje, es decir, de motivo percibido desde un punto de vista. Cézanne no ha hecho una pintura formal, aunque nosotros, al hablar de ella insistamos en los aspectos formales, pero no ha ocultado el carácter formal de su representación, pues se representa algo (la realidad visual) mediante otra cosa (las formas de la pintura) no en la mera imitación.  
         La solidez, la persistente solidez de la montaña Sainte Victoire,  no se encierra en la composición formal, si no en la tensión y en el equilibrio citados anteriormente.