martes, 27 de agosto de 2019


Lucian Freud

      Nacido en Berlín el año 1922, Lucian Freud se instaló en Londres en 1932, dada su corta edad se comprende que se le haya considerado siempre como uno de los más brillantes representantes de la llamada Escuela de Londres, un grupo que  se caracterizó por estar de alguna manera vinculados a una figuración de tipo expresionista.
        Lucian Freud es un original pintor que ha destacado en pintar la figura humana en una época en que ésta estaba en declive. ¿Por qué impactan tanto los cuadros de desnudos de Freud? ¿Qué es lo que hace que atraigan nuestra atención? ¿Es por pintar desnudos? Hoy estamos rodeados de fotos y dibujos de hombres y mujeres desnudos en todas las situaciones imaginables y no nos llaman tanto la atención. Sus desnudos nos atraen no por lo que pinta, sino por cómo lo pinta.
        Las posiciones en que están los desnudos de Freud recuerda mucho a la visión de los desnudos que hizo Degas. Degas pinta sus desnudos femeninos en momentos íntimos, en momentos de sorpresa en que la modelo no está posando, sino que está haciendo algo cotidiano, algo habitual. Las posiciones de los personajes de Freud son posiciones descuidadas pero todas ellas posibles. Cualquiera de nosotros, o alguien que conocemos, toma una posición similar en algún momento en que nos desperezarnos, en que buscamos una nueva posición porque tenemos mucho calor, en que intentamos seguir durmiendo, etc.
        Freud se centra en una peculiar interpretación de la pintura realista, conectada en parte con el precedente británico de Stanley Spencer, pero también dejándose contagiar por el morboso sentido físico, carnal y existencial del primer Francis Bacon, con el que mantuvo siempre una relación dialéctica y artística muy vivaces.
        La pintura de Lucian Freud debe su original peculiaridad al modo con el que supo abordar la figura humana, fundamentalmente desnuda y haciendo siempre valer su turbadora densidad carnal. 
        En su interpretación del desnudo, obtiene un punto de vista insólito, y un sentido matérico que les da una fuerza táctil, muchas veces de efecto turbador. En realidad, como él declaró, pretendía que la propia pintura tuviese una densidad elástica, como la de la carne: "Quiero que mi pintura funcione como carne. Para mí, la pintura es la persona". 

       Esta versión del desnudo tan directa y descarnada, así como su independencia de juicio y de costumbres le valieron, en el siempre puritano mundo británico, una fama de alocado libertino, atravesándose con ello muchas veces la frontera del sensacionalismo barato.
 
        Lucian Freud se niega a pintar lo que ve. Su obsesión consiste en pintar lo que "es". Y acumula sobre el lienzo fangales de óleo durante meses, años a veces, hasta que de la tela emerge una vida auténtica.
        Dos de sus mejores obras son  Retrato de la reina Isabel II y El brigadier. 
        El retrato de Isabel II es el único en que Elizabeth Windsor es mostrada como una mujer anciana, afectada por un larguísimo reinado y por los abundantes desastres de su familia. Se trata de una pieza minúscula, que hubo que ampliar dos centímetros para que cupiera la corona. Nadie diría, mirando a poca distancia, que los montones de pasta de los que emerge el rostro costaron años de trabajo y largas sesiones de pose; hay que alejarse un poco para percibir la grandeza del resultado: las mejillas que cuelgan, la mirada apagada, los labios crispados de la primera funcionaria del reino. El retrato fue considerado insultante por buena parte de la opinión pública británica, pero figura en la colección personal de Isabel II y, por una vez, ha sido prestado a un museo. 
El brigadier es el general Andrew Parker Bowles, compañero de Freud en las cabalgadas matutinas por Hyde Park (el pintor sigue montando sin silla a los 82 años). El general luce todas sus medallas, calza botas impecablemente lustradas y con espuelas, cruza las piernas con elegancia sobre una butaca. Pero la guerrera está abierta, el cuello, desabotonado, y el abdomen abulta bajo la camisa. Y la mirada lo dice todo. Se trata de un óleo de gran tamaño que, sin embargo, encierra la intimidad de una miniatura.

TIZIANO - VENUS Y LA MÚSICA
Artículo basado en el libro de René Berger
“El conocimiento de la pintura. El arte de apreciarla” 

            Tiziano (1477/1490 – 1576) es uno de los pintores más destacados del Renacimiento. Trabajó para el emperador Carlos V, para su hijo Felipe II, para el papa Pablo III, para los duques de Mantua y Ferrara, para todos los grandes de la época.
            Pinta obras religiosas y profanas y sobre todo destaca en sus pinturas al óleo. Pinturas que se conservan en los principales museos del mundo. El del Prado es el más privilegiado pues cuenta con algunos de los más bellos cuadros del maestro veneciano, como esta Venus y la Música.


            Ya ante el cuadro nos preguntamos ¿Qué hace exactamente Venus entre el perrillo que acaricia y el músico? ¿De verdad está tocando este hombre? ¿No acaba más bien de detenerse ante el ladrido del perro? Su cabeza vuelta indica la dirección de la mirada, sin embargo, no se puede asegurar que lo que mira es el perro.
            No es el afán histórico, ni el topográfico, ni el documental, ni menos aún organizar una escena verosímil lo que anima al artista. Dejemos de buscar en la verosimilitud de la escena, en la decoración o en la acción cual es el encanto de este lienzo.
                Como espectadores nuestra mirada va alternativamente del desnudo al músico, otra vez al desnudo y así sigue oscilando de uno a otro. Esto supone que el desnudo no tiene toda la importancia, sino que también el músico es muy importante.
            Veamos cómo está hecha la composición del cuadro.

 
            Horizontalmente los 2/3 del cuadro están ocupados por el cuerpo de Venus y 1/3 por el del músico. Pero simultáneamente se observa en sentido inverso que 2/3 están ocupados por el músico y su mirada y 1/3 por el busto de Venus.
 


            Por último, se aprecia que el rectángulo en el que se inscribe el desnudo de Venus es el mismo que el del artista y su mirada y que ambos se imbrican el uno en el otro.

 
            Gracias a esta disposición no están fijos los dos polos, sino que las superficies deslizantes que los soportan nos hacen ir incesantemente de uno a otro. El centro de atención del cuadro es la mirada y el pintor lo crea haciendo que el espectador haga suyo ese espacio y lo esté recorriendo constantemente con su mirada.