miércoles, 25 de marzo de 2015

RENOIR – Le Moulin de la Galette
 
        Entre las obras del impresionismo, Le Moulin de la Galette es una de las más logradas y es una de las obras sobresalientes de Renoir.
        Cuando se mira este cuadro es como si uno fuese invitado a entrar en la danza. Las ropas giran, las faldas revuelan. Se siente uno tentado a decir que solo falta la música. Renoir consigue convertir una escena trivial en un espectáculo maravilloso. ¿Pero cómo lo consigue?
        Este cuadro está “lleno” por todas partes de parejas, clientes y mirones. Apenas se ve un poco de suelo. Pero al mismo tiempo que observamos y esperamos sentir una sensación de opresión, notamos una sensación de ligereza y de alegría. ¿Qué es lo que hace cambiar unas sensaciones por otras? El color y la luz. Veamos cómo, empezando por la construcción del cuadro.
        La construcción también parece que no existe, pero también parece que el cuadro no falla por ninguna parte. Su construcción no se basa en la geometría, tal como hacían los pintores renacentistas, sino que es el color-luz lo que constituye la estructura del cuadro.
        No falta la profundidad, pues las figuras van disminuyendo de tamaño a medida que se alejan.

Aquí conserva la perspectiva lineal, pero no la aérea ya que en lugar de degradar la intensidad de los tonos al igual que disminuye el tamaño de los objetos, mantiene siempre el mismo tono e intensidad de los colores.  Estos dos tipos de perspectiva hacen que el cuadro da la impresión de estirarse en profundidad, y  por otra, de venirse hacia el espectador.
        Las dimensiones van disminuyendo, pero los colores no se degradan: las manchitas del fondo, las columnas, los adornos, las luces se distinguen por la vivacidad de sus tonos.
        Pero las caras, los sombreros, las lámparas no dan sensación de volumen, son más bien como manchas, y la falta de rigidez de los contornos se reemplaza por una plasticidad general, en la que la materia se escapa de sus límites físicos.
        La perspectiva clásica pone el acento sobre la separación de los planos. En este cuadro la perspectiva no desaparece, pero los planos nos parecen a la vez distintos y confusos, y se podría decir que la confusión gana y que la confusión gana en continuidad. ¿Qué es lo que puede alterar de tal modo el efecto de la perspectiva clásica o lineal?

        El cuadro está dividido en tres planos. El primero corresponde a las figuras que están sentadas. El segundo a las parejas de bailarines  y a los hombres con sombrero que están detrás de los que están sentados. El último plano corresponde a todo el fondo.
        Los personajes van disminuyendo de talla a medida que se alejan, tal como corresponde a la perspectiva clásica,
 
pero el dibujo de los del primer plano es relativamente más esfumado y los colores con un registro relativamente pequeño;
  

 mientras que los del segundo plano están dibujados con más nitidez, y los colores son más luminosos y más variados.


  En el fondo, personajes y objetos no están definidos, son un cúmulo de manchas que se afirman por los tonos que se cortan con fuerza unos sobre otros.
        Por la manera en que Renoir trata el dibujo, el color y la luz, disminuye la impresión de profundidad, pero no la anula, de manera que las formas, aunque mantienen las distancias, se unen entre sí continuamente.
        Este cambio supone un cambio radical en nuestra percepción, pues los objetos no tienen unos límites propios y una posición determinada. Los contornos no son rotundos; las formas tienen una apariencia flotante.
 El vestido de la chica se distingue bien de lo que le rodea, pero ni la cinta azul sobre el rosa de la tela, ni el azul del suelo sobre el rosa del vestido están netamente separados , como no lo están el árbol de la derecha y los personajes que se apoyan en él. No hay líneas definidas que separen unos objetos de otros, y por lo tanto tienden a compenetrarse unos con otros.
 
 Como ejemplo está el rostro del niño que nace como un brote entre el árbol y el hombre,
  o la cabellera de la niña que se mezcla con el suelo y parece una sombra más. 
        El color tiene una importancia preponderante. Renoir le quita la sugestión de profundidad espacial y la de los volúmenes, pero para darle una nueva dimensión. En lugar de estar el color en parcelas definidas se extiende por todas partes, como tonos, manchas, sombras y reflejos.
 
 
En los  sombreros  de los hombres que están junto al árbol se mezclan los amarillos, amarillos blancos, grises azulados, grises verdosos, grises y verdes, atravesados por los azules oscuros  y azules negros de las cintas. Los sombreros se han transformado en la ondulación coloreada de una forma que ha roto la separación habitual entre la luz y las sombras.
        El color escapa al modelado, huye del contorno definido; es como una trabazón en el conjunto del cuadro. Pero el color no está solo, sino que la luz está por medio. Juntos dirigen la danza, pero la luz no tiene una fuente que se pueda situar, ni una dirección definida. Pero su presencia es ostensible. El ojo encuentra manchas claras y oscuras que son reflejos de la luz, y así la luz se apodera de todo con aspecto de pintas o reflejos.
        No es una luz que sirva para localizar los objetos, ni para delimitar su contorno o su volumen, ni para situarlos en el espacio. Es una luz que no viene de ningún punto del cielo, es una luz “ambiente”. Esta luz no se añade al color, existe con él y en él. La luz está por todas partes, sale de los objetos y de las personas que hay por todos los lugares.
        Es el gran logro de Renoir.
         
Y así consigue Renoir dar sensación de movimiento, de luz y alegría en un espacio que está lleno de personajes pero en el que no nos sentimos agobiados.
        Artículo basado en el libro de René Berger
 “El conocimiento de la pintura”