martes, 27 de octubre de 2015

MATISSE – La Raya Verde
        El fauvismo es sobre todo la obra de tres pintores: Matisse, Derain y De Vlaminck. Coinciden por casualidad y por casualidad los tres pintan de una manera similar. Los tres coincidían en su búsqueda de los poderes de expresión del color puro. Según su ideario, el color no debe concordar obligatoriamente con los tonos reales del objeto, sino que debe utilizarse como valor propio, relacionado con los demás colores y con el lugar que ocupa en el espacio. En el retrato o en un paisaje el color desempeña el papel de dibujo para conseguir la perspectiva o el de la sombra para modelar un volumen.

 Esta supresión de sombras y su sustitución por colores puros proporciona a las pinturas un brillo que jamás se había conseguido.
        Cuando presentan sus cuadros estos causan un gran impacto en los críticos, tanta que a sus autores se les considera Fauves: Locos.
        El cuadro realmente sorprendente y que causó una gran sensación  fue el retrato que Matisse realiza de su mujer, el llamado de la Raya Verde.
         El tema  del cuadro es real, es un rostro, pero la figura no es lo importante, lo que prima es la importancia de las manchas de color, muy empastadas y de gran fuerza y violencia cromática, buscando nada más que su interrelación y la armonía entre los colores.
        Todo ello ayuda a crear un efecto llamativo en el espectador, atraído no sólo por el singular tratamiento del color, sino también por el segmento verde que estructura la composición en dos partes casi simétricas.
        Predominan dos tonos complementarios rojo y verde. El fondo a su vez también busca la compensación cromática: rosas y rojos  a un lado, y verdes al otro, lo que equilibra la disposición de los colores del rostro, que son los mismos tonos, pero colocados al revés que en el fondo.
      
El verde de la parte derecha  se equilibra además con el rojo de la oreja, la aleta de la nariz, de los labios y de la zona correspondiente del vestido (amortiguado ese choque por esa zona azulado verdosa oscura) ,

 
 que armonizan además con la gama de azules  (pelos, cejas, nariz, boca y adornos del vestido en el cuello), descendentes en intensidad de arriba abajo.


        El rostro recibe la luz por los dos lados. Hay la sombra en la parte derecha del hombro y cuello, lo que supone que la luz viene de la izquierda, pero también está la pequeña sombra del cuello y del ojo y labio de la parte izquierda que supone que la luz viene de la derecha. Pero Matisse opta por dejar la parte izquierda de la cara más sombreada que la otra, lo que consigue a base de entonaciones claras (amarillo y blanco rosáceo en la parte iluminada)  y entonaciones más oscuras en la parte de la sombra.
         Pero la parte más sombreada de un modo sorprendente es  la que está inmediatamente a la izquierda de la línea media de la cara, y el sombreado es ese incisivo color verde que está en la nariz, en el labio superior, en el mentón, en el cuello y en la frente. En este último lugar es donde  más sorprende, pues allí casi no hay sombra, pero Matisse la marca con la misma intensidad.
 
        ¿Y por qué la marca con la misma intensidad? ¿Qué pasa si quitamos la sobra verde de la frente? Aparentemente no pasa nada, pero si nos fijamos en todo el conjunto del cuadro vemos que se pierde unidad plástica. La aportación de este cuadro se halla en que nos muestra las posibilidades del color y en la utilización de éste de una forma mucho más agresiva y autónoma: aquí no sólo se sombrea con color, sino que hacerlo con una raya verde supone desentenderse de la realidad, apostando por la autonomía plena del color como valor plástico.
         La obra ha sido concebida, fundamentalmente, en función del color, de forma que, a pesar de que observemos algunos trazos negros de considerable grosor, son las manchas de color las que verdaderamente organizan todos los elementos. Tanta importancia alcanza el color que la luz pasa a un segundo plano, de forma que ésta proviene de la viveza de las tonalidades que el pintor ha empleado.