MATISSE – La Raya Verde
El fauvismo es sobre todo la obra de
tres pintores: Matisse, Derain y De Vlaminck. Coinciden por casualidad y por
casualidad los tres pintan de una manera similar. Los tres coincidían en su
búsqueda de los poderes de expresión del color puro. Según su ideario, el color
no debe concordar obligatoriamente con los tonos reales del objeto, sino que
debe utilizarse como valor propio, relacionado con los demás colores y con el
lugar que ocupa en el espacio. En el retrato o en un paisaje el color desempeña
el papel de dibujo para conseguir la perspectiva o el de la sombra para modelar
un volumen.
Esta supresión de sombras y su sustitución por
colores puros proporciona a las pinturas un brillo que jamás se había
conseguido.
Cuando presentan sus cuadros estos
causan un gran impacto en los críticos, tanta que a sus autores se les
considera Fauves: Locos.
El cuadro realmente sorprendente y que
causó una gran sensación fue el retrato que
Matisse realiza de su mujer, el llamado de la Raya Verde.
El tema
del cuadro es real, es un rostro, pero la figura no es lo importante, lo
que prima es la importancia de las manchas de color, muy empastadas y de gran
fuerza y violencia cromática, buscando nada más que su interrelación y la
armonía entre los colores.
Todo ello ayuda a crear un efecto llamativo en el espectador, atraído no
sólo por el singular tratamiento del color, sino también por el segmento verde
que estructura la composición en dos partes casi simétricas.
Predominan dos tonos complementarios
rojo y verde. El fondo a su vez también busca la compensación cromática: rosas
y rojos a un lado, y verdes al otro, lo
que equilibra la disposición de los colores del rostro, que son los mismos
tonos, pero colocados al revés que en el fondo.
El
verde de la parte derecha se equilibra
además con el rojo de la oreja, la aleta de la nariz, de los labios y de la
zona correspondiente del vestido (amortiguado ese choque por esa zona azulado
verdosa oscura) ,
que armonizan además con la gama de
azules (pelos, cejas, nariz, boca y
adornos del vestido en el cuello), descendentes en intensidad de arriba abajo.
El rostro recibe la luz por los dos
lados. Hay la sombra en la parte derecha del hombro y cuello, lo que supone que
la luz viene de la izquierda, pero también está la pequeña sombra del cuello y
del ojo y labio de la parte izquierda que supone que la luz viene de la
derecha. Pero Matisse opta por dejar la parte izquierda de la cara más
sombreada que la otra, lo que consigue a base de entonaciones claras (amarillo
y blanco rosáceo en la parte iluminada) y entonaciones más oscuras en la parte de la
sombra.
Pero la parte más sombreada de un modo
sorprendente es la que está
inmediatamente a la izquierda de la línea media de la cara, y el sombreado es
ese incisivo color verde que está en la nariz, en el labio superior, en el
mentón, en el cuello y en la frente. En este último lugar es donde más sorprende, pues allí casi no hay sombra,
pero Matisse la marca con la misma intensidad.
¿Y por qué la marca con la misma
intensidad? ¿Qué pasa si quitamos la sobra verde de la frente? Aparentemente no
pasa nada, pero si nos fijamos en todo el conjunto del cuadro vemos que se
pierde unidad plástica. La aportación de este cuadro se halla en que nos
muestra las posibilidades del color y en la utilización de éste de una forma
mucho más agresiva y autónoma: aquí no sólo se sombrea con color, sino que
hacerlo con una raya verde supone desentenderse de la realidad, apostando por
la autonomía plena del color como valor plástico.
La obra ha sido concebida,
fundamentalmente, en función del color, de forma que, a pesar de que observemos
algunos trazos negros de considerable grosor, son las manchas de color las que
verdaderamente organizan todos los elementos. Tanta importancia alcanza el color que la luz pasa a
un segundo plano, de forma que ésta proviene de la viveza de las tonalidades
que el pintor ha empleado.