JEAN
CLOUET
(hacia
1475 – hacia 1540)
El
Delfín Francisco
En el artículo anterior sobre el cuadro de la Cena de Thierry Bouts escribía:
La composición de un
cuadro tiene como efecto disponer los elementos de tal manera que ninguno de
ellos nos sea indiferente. Esto se logra mediante la tensión entre los mismos,
produciendo en nosotros un juego de impulsos contrarios, que provoca nuestra sensibilidad
plástica, la mantiene y la renueva.
Este estremecimiento
interior de la obra de arte, esa vibración secreta de nuestra sensibilidad
plástica, no se manifiesta más que cuando se dan condiciones especiales. Es
preciso que la obra de arte se presente a la vez con “lugares de apoyo” y con
“lugares de ruptura”. Corresponde a la composición ofrecernos figuras
susceptibles de atraernos, no por medio de los objetos representados, sino por
las relaciones que haya querido el artista que haya entre ellos.
La tensión plástica no
depende de la naturaleza del objeto representado, en relación con el cuadro, es la manera de disponer los
personajes lo que importa ante todo.
Pero no es necesaria la presencia de varios objetos para
que el nudo de tensión se manifieste. Mirando el retrato del Delfín Francisco
de Jean Clouet se comprueba que la mirada va casi hipnóticamente al rostro del
niño. Sin embargo, ni el sombrero ni el traje está descuidados, están tan
llenos de detalles que el rostro, por comparación, puede parecer simple.
¿De qué le viene el poder de fascinación que este rostro
ejerce sobre nosotros? De una deformación voluntaria y sin embargo disimulada.
En
la mitad izquierda con relación al espectador, el ojo aparece como si estuviera
de frente, en el mismo cuadro del plano, impresión tanto más fuerte cuanto que
esta parte de la cara está desprovista de todo accidente.
Por oposición el lado derecho está
reducido en extremo, plegado en un plano oblicuo que corta al primero. Las dos
partes del rostro se ajustan en dos planos contrarios, incompatibles con la
realidad, que aún subraya a la derecha la elevación del ojo y del arco de la ceja
y a la izquierda la prolongación clara de la cofia cuya forma sugiere la idea
de un rostro visto de frente.
El efecto es más asombroso porque
ninguna forma, ni a derecha ni a izquierda, amortigua tal audacia y porque el
fondo está desprovisto de profundidad. Vagando libremente por la vestidura y
por el sombrero, la mirada del espectador se prende literalmente en el rostro,
cuyos dos planos se cierran sobre ella como la boca de un sutil cepo.
Picasso es sin duda quien ha ido más
lejos en este género de búsquedas. Algunas de sus cabezas doblan la cara y el
perfil de manera tan abrupta que su vista llega a ser casi insostenible. Aunque
ha llevado las cosas al extremo, el procedimiento no difiere del de Clouet.
Texto basado en el libro de René Berger El
conocimiento de la Pintura
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