martes, 27 de agosto de 2019


TIZIANO - VENUS Y LA MÚSICA
Artículo basado en el libro de René Berger
“El conocimiento de la pintura. El arte de apreciarla” 

            Tiziano (1477/1490 – 1576) es uno de los pintores más destacados del Renacimiento. Trabajó para el emperador Carlos V, para su hijo Felipe II, para el papa Pablo III, para los duques de Mantua y Ferrara, para todos los grandes de la época.
            Pinta obras religiosas y profanas y sobre todo destaca en sus pinturas al óleo. Pinturas que se conservan en los principales museos del mundo. El del Prado es el más privilegiado pues cuenta con algunos de los más bellos cuadros del maestro veneciano, como esta Venus y la Música.


            Ya ante el cuadro nos preguntamos ¿Qué hace exactamente Venus entre el perrillo que acaricia y el músico? ¿De verdad está tocando este hombre? ¿No acaba más bien de detenerse ante el ladrido del perro? Su cabeza vuelta indica la dirección de la mirada, sin embargo, no se puede asegurar que lo que mira es el perro.
            No es el afán histórico, ni el topográfico, ni el documental, ni menos aún organizar una escena verosímil lo que anima al artista. Dejemos de buscar en la verosimilitud de la escena, en la decoración o en la acción cual es el encanto de este lienzo.
                Como espectadores nuestra mirada va alternativamente del desnudo al músico, otra vez al desnudo y así sigue oscilando de uno a otro. Esto supone que el desnudo no tiene toda la importancia, sino que también el músico es muy importante.
            Veamos cómo está hecha la composición del cuadro.

 
            Horizontalmente los 2/3 del cuadro están ocupados por el cuerpo de Venus y 1/3 por el del músico. Pero simultáneamente se observa en sentido inverso que 2/3 están ocupados por el músico y su mirada y 1/3 por el busto de Venus.
 


            Por último, se aprecia que el rectángulo en el que se inscribe el desnudo de Venus es el mismo que el del artista y su mirada y que ambos se imbrican el uno en el otro.

 
            Gracias a esta disposición no están fijos los dos polos, sino que las superficies deslizantes que los soportan nos hacen ir incesantemente de uno a otro. El centro de atención del cuadro es la mirada y el pintor lo crea haciendo que el espectador haga suyo ese espacio y lo esté recorriendo constantemente con su mirada.

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