RAOUL DUFY.
El
lugar de la pintura es siempre una superficie, pero en cuanto la obra toma
cuerpo, el artista crea un espacio del que tiene necesidad para alojar sus
formas y para expresar lo que tiene que decir. Sin embargo este espacio tiende
a ser para el espectador
Totalmente plano o casi plano
O dando sensación de profundidad.
Pero ¿cómo es posible que un espacio sea
plano? ¿De qué recursos se vale el artista para crear un espacio plano? Se vale
del color.
Si consideramos los tres colores
primarios y los otros tres que proceden de sus mezclas respectivas tenemos 6
colores, unos fríos y otros calientes. Los colores calientes van del amarillo
al rojo, pasando por el naranja, y los fríos van del verde al violeta pasando
por el azul.
Estos colores tienen un efecto espacial.
Los tonos calientes nos dan la sensación de avanzar y los tonos fríos de
retroceder. Este efecto permite hacerse una idea del partido que el arte puede
sacar del efecto espacial de los colores.
En las Bañistas de Duffy se aprecia que
si nos atenemos a la posición de las mujeres, la que está sentada a la derecha
se halla delante de su compañera de la izquierda, pero sus colores respectivos
tienden a situarlas en el mismo plano de acuerdo con la naturaleza del espacio
elegido por el pintor. En efecto, el rojo empuja a la bañista hacia delante,
mientras que el azul las empuja hacia atrás; el azul del mar y el del cielo al
irse hacia atrás dan profundidad al cuadro. Esta compensación espacial de los
colores establece sólidamente el equilibrio de la superficie amenazado por las posiciones respectivas de
las bañistas, y transforma la extensión
estática en espacio dinámico sin
recurrir a la profundidad o al modelado.
En este tipo de cuadros en que se crea
un espacio plano los colores se emplean con preferencia planos. Sin embargo no
basta con ponerlos sobre la superficie. Esta deja de ser una extensión
geométrica cuando los colores al
integrarse la transforman en superficie – espacio gracias a las formas reguladas
por las proporciones y por el ritmo.
Los colores existen en virtud de una
lógica que les es propia y constituyen el espacio que necesitan para
expresarse. No se les puede exigir que reproduzcan la realidad y menos aún que
obedezcan a nuestros prejuicios. El espectador debe entrar en su lógica y así
comprender su poder de lenguaje.