Vermeer de Delf: El Taller
En
la pintura figurativa hay la llamada pintura de dos dimensiones y la de tres
dimensiones.
La
pintura de dos dimensiones es una pintura plana, en la que el color se da de
manera uniforme. Es una pintura en la que cualquier sensación de profundidad,
si es que existe, viene dada por la
acción de los colores. El modelado no existe. La pintura románica o la de algún
pintor del siglo XX, como Matisse son ejemplos de dicha pintura
En la pintura de 3 dimensiones se busca
la sensación de profundidad de la escena representada. Las figuras están
modeladas, los objetos y edificios se atienen a las reglas de la perspectiva.
Es una pintura que intenta ser lo más real posible. Los pintores desde el Renacimiento
hasta las Vanguardias Históricas, a finales del siglo XIX, realizan una pintura
de 3 dimensiones.
Entre estas dos formas de pintar hay formas intermedias. Examinemos un pintor que
está a igual distancia de una y de otra: Vermeer de Delf.
En sus cuadros
hay un gran equilibrio entre la pintura de dos dimensiones y la de tres.
Analicemos una de sus mejores obras: El
Taller.
Esta obra produce en el espectador una
inusual mezcla de nitidez y de suavidad.
La nitidez se manifiesta por el empleo
de las líneas que delimitan las formas y el límite de las mismas, y por los
colores planos que asigna a cada una de ellas una parcela definida. Las líneas
no se funden con el contorno de los personajes, sino que los recorta, tanto al
pintor que se muestra de espaldas como a
la mujer de perfil. Las superficies están claramente señaladas, el lienzo del
pintor, el caballete, la cubierta del libro, el respaldo de la silla, los
rombos del suelo, el muro de fondo. Si solo nos atuviésemos a los que hemos mencionado,
diríamos que la pintura de Vermeer es de dos dimensiones.
¿A
qué se debe la impresión de suavidad? Esta impresión de suavidad, de dulzura no
viene de las baldosas del suelo o de la pared. Viene sobre todo del cortinaje.
En las cortinas es donde más se manifiesta el modelado y los volúmenes, luego
sigue en las telas, en el vestido de la mujer y hasta en el mapa de la pared.
Vermeer
conjuga el modelado con la línea y el plano; pero hace unas magníficas
transiciones entre una y otro. El
modelado no está reservado solo a los objetos que se han mencionado, sino que
se desarrolla por todo el lienzo de una forma gradual y matizada. En los
cortinajes está presente con amplitud, disminuye en la tela puesta sobre la
mesa, para tomar en el vestido de la mujer una cierta rigidez y finalizando en
las arrugas del mapa. A medida que el ojo avanza de izquierda a derecha por la
diagonal ascendente se ve al modelado como va disminuyendo hasta llegar al
plano de la pared.
Pero se puede hacer la misma observación en la
otra diagonal descendente en que el cortinaje está muy modelado, para seguir
disminuyendo en el vestido de la mujer y en el pintor. Gracias a estas
transiciones el espacio de dos dimensiones y el de tres dimensiones se
entrelazan plano a plano. Los colores son más cálidos en las partes sombrías y
más fríos en las partes iluminadas. Los colores y los valores de ellos (más
luminosidad o menor) se compenetran y se compensan unos a otros. El resultado
es una obra magistral, muy compleja pictóricamente, pero de apariencia simple.
Entre la pintura de dos dimensiones y la de
tres, la obra de Vermeer es un mundo intermedio, al que muy pocos pintores han
logrado acercarse con calidad.
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