lunes, 7 de julio de 2014

Vermeer de Delf: El Taller
En la pintura figurativa hay la llamada pintura de dos dimensiones y la de tres dimensiones.
La pintura de dos dimensiones es una pintura plana, en la que el color se da de manera uniforme. Es una pintura en la que cualquier sensación de profundidad, si es que existe,  viene dada por la acción de los colores. El modelado no existe. La pintura románica o la de algún pintor del siglo XX, como Matisse son ejemplos de dicha pintura


         En la pintura de 3 dimensiones se busca la sensación de profundidad de la escena representada. Las figuras están modeladas, los objetos y edificios se atienen a las reglas de la perspectiva. Es una pintura que intenta ser lo más real posible. Los pintores desde el Renacimiento hasta las Vanguardias Históricas, a finales del siglo XIX, realizan una pintura de 3 dimensiones.
  

         Entre estas dos  formas de pintar hay  formas intermedias. Examinemos un pintor que está a igual distancia de una y de otra: Vermeer de Delf.
 En sus cuadros  hay un gran equilibrio entre la pintura de dos dimensiones y la de tres.
         Analicemos una de sus mejores obras: El Taller.

         Esta obra produce en el espectador una inusual mezcla de nitidez y de suavidad.
         La nitidez se manifiesta por el empleo de las líneas que delimitan las formas y el límite de las mismas, y por los colores planos que asigna a cada una de ellas una parcela definida. Las líneas no se funden con el contorno de los personajes, sino que los recorta, tanto al pintor que se muestra de espaldas  como a la mujer de perfil. Las superficies están claramente señaladas, el lienzo del pintor, el caballete, la cubierta del libro, el respaldo de la silla, los rombos del suelo, el muro de fondo. Si solo nos atuviésemos a los que hemos mencionado, diríamos que la pintura de Vermeer es de dos dimensiones.

¿A qué se debe la impresión de suavidad? Esta impresión de suavidad, de dulzura no viene de las baldosas del suelo o de la pared. Viene sobre todo del cortinaje. En las cortinas es donde más se manifiesta el modelado y los volúmenes, luego sigue en las telas, en el vestido de la mujer y hasta en el mapa de la pared.
Vermeer conjuga el modelado con la línea y el plano; pero hace unas magníficas transiciones  entre una y otro. El modelado no está reservado solo a los objetos que se han mencionado, sino que se desarrolla por todo el lienzo de una forma gradual y matizada. En los cortinajes está presente con amplitud, disminuye en la tela puesta sobre la mesa, para tomar en el vestido de la mujer una cierta rigidez y finalizando en las arrugas del mapa. A medida que el ojo avanza de izquierda a derecha por la diagonal ascendente se ve al modelado como va disminuyendo hasta llegar al plano de la pared.

 Pero se puede hacer la misma observación en la otra diagonal descendente en que el cortinaje está muy modelado, para seguir disminuyendo en el vestido de la mujer y en el pintor. Gracias a estas transiciones el espacio de dos dimensiones y el de tres dimensiones se entrelazan plano a plano. Los colores son más cálidos en las partes sombrías y más fríos en las partes iluminadas. Los colores y los valores de ellos (más luminosidad o menor) se compenetran y se compensan unos a otros. El resultado es una obra magistral, muy compleja pictóricamente, pero de apariencia simple.

 Entre la pintura de dos dimensiones y la de tres, la obra de Vermeer es un mundo intermedio, al que muy pocos pintores han logrado acercarse con calidad. 

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