BRUEGHEL
Los
cazadores en la nieve.
En
la pintura el autor nos muestra algo de una manera determinada y nos quiere
decir algo, pero ese algo nos lo tiene que decir con lo que está en el cuadro:
con la composición, con los colores, con el ritmo, etc. nos lo tiene que decir
con los medios plásticos que tiene a su alcance. Muchos pintores quieren
expresar lo bella que es la vida, la
fugacidad de la misma, la alegría de una situación, la soledad, etc. pero frente al cuadro el espectador no
siente ni entiende nada; el cuadro no dice nada. El pintor no ha sabido
“contar” nada con su cuadro, no ha sabido utilizar los medios plásticos para
contar o expresar lo que quería.
Veamos un ejemplo de cómo Brueghel sabe
“contar” y “expresarse” con medios puramente plásticos.
En este paisaje en que la vida parece
seguir y adaptarse a la estación (se patina, se transporta leña, se vuelve de
la caza, se paralizan las labores), la mirada no puede dejar de seguir la
dirección dominante indicada por la marcha de los campesinos, puesta también en
evidencia por el escalonamiento de los árboles. Y poco a poco, en nosotros el
frio deja de ser una manifestación climática para alcanzar una fuerza esencial.
La vida ha de continuar, pero está afectada de esterilidad; los hombres patinan,
pero son minúsculos insectos sobre el hielo; los cazadores regresan al hogar,
pero son siluetas que se fatigan paso a paso; los mismos perros, en su cuerpo
famélico, tienen aire de cortejo fúnebre. Del cuadro se desprende una sensación
de frío, de soledad, de aislamiento.
Pero estas sensaciones se deben a que el
artista logra coordinar los medios plásticos entre sí. Ante este cuadro se
siente como verdadera la sensación de desolación, de frío, de aislamiento, pero estas sensaciones no provienen del contacto con la naturaleza,
sino de la ordenación de los elementos plásticos, a la coherencia entre lo que
quiere representar y en como lo representa.
Brueghel utiliza una gama uniformemente
fría de colores, dominados por el blanco. Pero sobre ese blanco, los tonos
negros de los árboles, de los patinadores, de los cazadores y de los pájaros
forman un contraste que al intensificar el brillo del blanco le dan algo de
inhumano. El acero gris verdoso del cielo y de los estanques acaba de
transformar el paisaje en una especie de
desierto donde los hombres, lo mismo que los pájaros, están cautivos del frío.
La caoba de las chozas y los fulgores del fuego recuerdan que la vida no está
ausente. Por su rigidez, los árboles se asocian a la masa de las montañas,
mientras que los boscajes luchan en vano contra la desolación y disminución de
vida del invierno.
Pero a pesar de este sentimiento de
desolación que se desprende del cuadro, no deja de ser un gozo contemplarlo, y este
placer estético se debe al hecho de que el lenguaje plástico es un factor de
comunicación.
Veamos con más detenimiento como los
diversos elementos plásticos contribuyen a expresar esas sensaciones que sentimos
al observar el cuadro.
Refiriéndonos a la construcción vemos que
el cuadro nos presenta un rectángulo que en sentido vertical los árboles
dividen en otros dos rectángulos.
Horizontalmente
el cuadro se subdivide en cuatro rectángulos.
En los dos de abajo pasan las diagonales,
una de las cuales indica la dirección de la marcha de los cazadores y la otra
el borde de la nieve en el talud del primer plano.
Ahora
bien, por su proporción, esos rectángulos contribuyen a articular la
superficie de acuerdo con la cualidad de
profundidad que quiere sugerir el artista
y no con las exigencias mecánicas de la perspectiva.
Así es como el rectángulo inferior derecho, al
acentuar la horizontalidad, se presta más a la impresión de vacío que evoca la
sucesión de los dos estanques. En cambio, el que está encima, menos alargado se
adapta al movimiento de alzado que producen los picos nevados en el horizontes.
Esta parte se compensa con el rectángulo inferior izquierdo en el que se
fatigan los cazadores. Para compensar la
impresión de vacío dada por la parte derecha del paisaje, el rectángulo
superior izquierda tiene proporciones
casi cuadradas, poniendo así de relieve el triple ramaje vertical de los
árboles que llena ese espacio. Este reparto de la superficie, unido a la
distribución del espacio en profundidad, obedece a una lógica según la cual
cada elemento condiciona al otro.
El boscaje del fondo está distribuido por
zonas y hay una separación entre ellas, pero esa separación es poco perceptible
para el espectador, a penas se fija en ella. Pero en el primer plano están los
árboles y están los cazadores. Todos ellos están fuertemente contrastados con
el resto del cuadro por su color oscuro y por su disposición. Las viviendas y
el boscaje también contrastan por su color oscuro pero no atraen tanto la
atención. Y atraen nuestra atención por
el ritmo ternario de ambos grupos y por la dirección oblicua que tiene la
disposición de ambos. Gracias a esta llamada de atención percibimos la
separación y aislamiento de los mismos, separación que es debida a las
condiciones del invierno y no a una condición natural de dichos seres (árboles
y personas). Es una separación y un aislamiento conseguido por medios
plásticos. Y estos medios plásticos son los que hacen que frente al cuadro
tengamos una sensación de frío, de soledad y de aislamiento.
En
un cuadro la realidad del contenido no depende de pretendidas intenciones del
artista, ni de ideas religiosas, morales, filosóficas o de otra especie, sino
que depende de la forma en que se ha pintado.
En las grandes obras, en las obras
bellas y de calidad, hay una unión entre lo que expresa el artista y cómo lo
expresa. Hay una unión entre el contenido del cuadro y la forma externa en que
ha sido representado.
Escrito basado en
un texto del libro de:
René Berger “El conocimiento de la pintura”
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