lunes, 26 de enero de 2015

COMPARANDO
LEONARDO y MATISSE
Ver una pintura no se tiene que confundir nunca con el hecho de comprender lo que se representa. Para cualquier espectador ver una pintura consiste en apreciarla en función de su valor plástico.
        Normalmente se tiene la tendencia de confundir la expresión valor plástico por belleza. Pero esta palabra se presta al equívoco.
        Si con personas tomadas al azar, se pusiese a votación entre la Virgen de las Rocas de Leonardo da Vinci y

 La Lectura de Matisse para ver cuál de las dos obras es más bella, sin duda saldría la de Leonardo. ¿Qué razones se aducirían? Más o menos se diría que en La Virgen de las Rocas todo está mejor dibujado, mejor resuelto. En La Lectura todo tiene aire de boceto, con unas mujeres hechas de cualquier manera, con rostro como lo dibujaría un niño, las manos descuidadas, la pintura sin dar por algunas partes del cuadro,…
        Comparémoslas con detenimiento.
        Lo que impresiona en seguida en la obra de Leonardo es la unidad de ambiente. Seres y objetos se bañan en una especie de atmósfera en la que predominan las sombras y de la que emergen solo algunas partes de los cuerpos y del paisaje.
 No es que no haya colores, pues hay rojo, verde, azul y amarillo oscuro, pero son unos colores como apagados, como contagiados de esa atmósfera predominante.
        Pasar de Leonardo a Matisse es como pasar del atardecer al sol del mediodía. Aparentemente los colores son los mismos: rojo, verde, azul y amarillo que se desdobla en pardo y en amarillo. Pero para Matisse los colores se convierten en el elemento ordenador del cuadro, mientras que para Leonardo son los valores o matices de los colores los que lo ordenan.
         En Leonardo las carnes de los niños dan ocasión a una modulación que engendra un entorno delicado, modelado por el sfumato, incompatible con el  relieve demasiado pronunciado.
        En Matisse la intensidad del color es igual por todas partes, ya que los colores se extienden por zonas o manchas sin que haya variaciones de los mismos. El color puro es incompatible con el modelado, ya que éste es una alteración del color. Esta es la razón por la que el cuerpo de las lectoras está necesariamente aplanado, mientras que el de los personajes de Leonardo se expande en volumen.
        Pero tal preeminencia de valores, al armonizarse con la necesidad de modelado, tiene como consecuencia el organizar el espacio con una determinada profundidad: el Niño Jesús está en primer plano, San Juan Bautista y el ángel a la derecha, en segundo, la Virgen en el tercero, y en el fondo el muro de rocas con su perspectiva sobre la lejanía.
        En Matisse, hablar de la profundidad como recurrir al modelado son cosas imposibles. Le es forzoso traer el fondo al primer plano. La tapicería, el rectángulo verde, los tiestos y las mesitas están casi alineados con las dos mujeres.

        ¿Basta con poner los colores uno al lado de otro? Se comprende que la organización espacial de Matisse está tan elaborada como la de Leonardo, pero con otros medios. En relación con el verde del fondo (color frío)  el amarillo del vestido (color cálido) da la impresión de estar delante. Sin embargo, para que no esté demasiado delante, el pintor ha pintado a la segunda mujer de azul (color frío) que sujeta al amarillo. Y así el espacio se puede construir por medio de valores como en Leonardo o por medio de colores como en Matisse, que aumenta la consistencia de su espacio recurriendo a colores complementarios; el rojo de la tapicería, el rojo del vestido de la derecha, el verde del fondo y de las dos plantas a un lado y de otro de las lectoras se refuerzan y completan lo mismo que el amarillo y el azul de las dos mujeres.
        En la Virgen de las Rocas no hay una parcela del cuadro que no esté pintada. El menor blanco sería un agujero y desgarraría el tejido continuo de los matices. Sin embargo, Matisse se ve obligado a disponer de “márgenes” para conservar en sus colores el máximo de intensidad. Los blancos no son pues ni agujeros ni olvidos, sino intervalos necesarios entre los sonidos fuertes que son los colores.
        La composición no es menos firme en un pintor que en otro, y hasta presenta una inquietante semejanza.
        La Virgen de las Rocas se ordena en una pirámide cuya cima es la cabeza  de la Virgen y sus lados San Juan Bautista y el Ángel.
         En Matisse la pirámide se convierte en triángulo, cuya cúspide está en la cabeza de la mujer de amarillo; el lado derecho está en la lectora de azul y el izquierdo por la de amarillo y la planta verde sobre la mesita.
        Ni aún en los fondos dejan de presentarse semejanzas, pues a las rocas abiertas en Leonardo,
 responde en Matisse la tapicería con sus azules cercados de rojo.
La masa sombría detrás de la Virgen
  se convierte en el rectángulo verdoso sobre el que se destaca la cabeza de la lectora de amarillo.
  Los reflejos de las rocas que animan la opacidad de las sombras se convierten en la Lectura en el contorno claro que encierra la cabellera negra.
 Por último, el lado derecho del fondo marca un afán de la misma naturaleza en ambos pintores: a la roca que hace de biombo ante el cielo en la obra de Leonardo, corresponde la planta verde ante la puerta.

         La Virgen de las Rocas y La Lectura son dos obras igualmente logradas. Mientras que Leonardo ordena todo el ambiente coloreado  resultante del juego de valores cromáticos  confiado al sfumato, Matisse ordena todo en el color, el cual somete a una luz intensa por igual. Cada una de estas posiciones tiene por efecto dar a la obra una fisonomía que le es propia trasformando los personajes, los objetos, las formas, los colores, la distribución, etc.

        Se puede decir que Leonardo despliega sus formas en profundidad por medio de valores que se interpenetran, mientras que Matisse reduce las suyas al plano por medio de colores yuxtapuestos.
        Ver las obras pintadas es buscar la coherencia del lenguaje plástico que han escogido los autores. Dicho lenguaje plástico es diferente de unos autores a otros, así como de unas épocas a otras.

1 comentario:

  1. René Berger. Découverte de la peinture. Lausana 1968. (El conocimiento de la pintura, Editorial Noguer 1976). Capítulo "Condiciones de un arte de ver"
    Un saludo

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