COMPARANDO
LEONARDO y MATISSE
Ver
una pintura no se tiene que confundir nunca con el hecho de comprender lo que
se representa. Para cualquier espectador ver una pintura consiste en apreciarla en función de su valor plástico.
Normalmente se tiene la tendencia de
confundir la expresión valor plástico por belleza. Pero esta palabra se presta
al equívoco.
Si con personas tomadas al azar, se
pusiese a votación entre la Virgen de las
Rocas de Leonardo da Vinci y
La
Lectura de Matisse para ver cuál de las dos obras es más bella, sin duda
saldría la de Leonardo. ¿Qué razones se aducirían? Más o menos se diría que en La Virgen de las Rocas todo está mejor
dibujado, mejor resuelto. En La Lectura
todo tiene aire de boceto, con unas mujeres hechas de cualquier manera, con
rostro como lo dibujaría un niño, las manos descuidadas, la pintura sin dar por
algunas partes del cuadro,…
Comparémoslas con detenimiento.
Lo que impresiona en seguida en la obra
de Leonardo es la unidad de ambiente. Seres y objetos se bañan en una especie
de atmósfera en la que predominan las sombras y de la que emergen solo algunas
partes de los cuerpos y del paisaje.
No es que no haya colores, pues hay rojo,
verde, azul y amarillo oscuro, pero son unos colores como apagados, como
contagiados de esa atmósfera predominante.
Pasar de Leonardo a Matisse es como
pasar del atardecer al sol del mediodía. Aparentemente los colores son los
mismos: rojo, verde, azul y amarillo que se desdobla en pardo y en amarillo.
Pero para Matisse los colores se convierten en el elemento ordenador del
cuadro, mientras que para Leonardo son los valores o matices de los colores los
que lo ordenan.
En Leonardo las carnes de los niños dan
ocasión a una modulación que engendra un entorno delicado, modelado por el
sfumato, incompatible con el relieve
demasiado pronunciado.
En Matisse la intensidad del color es
igual por todas partes, ya que los colores se extienden por zonas o manchas sin
que haya variaciones de los mismos. El color puro es incompatible con el
modelado, ya que éste es una alteración del color. Esta es la razón por la que
el cuerpo de las lectoras está necesariamente aplanado, mientras que el de los
personajes de Leonardo se expande en volumen.
Pero tal preeminencia de valores, al
armonizarse con la necesidad de modelado, tiene como consecuencia el organizar
el espacio con una determinada profundidad: el Niño Jesús está en primer plano,
San Juan Bautista y el ángel a la derecha, en segundo, la Virgen en el tercero,
y en el fondo el muro de rocas con su perspectiva sobre la lejanía.
En Matisse, hablar de la profundidad
como recurrir al modelado son cosas imposibles. Le es forzoso traer el fondo al
primer plano. La tapicería, el rectángulo verde, los tiestos y las mesitas
están casi alineados con las dos mujeres.
¿Basta con poner los colores uno al lado
de otro? Se comprende que la organización espacial de Matisse está tan
elaborada como la de Leonardo, pero con otros medios. En relación con el verde
del fondo (color frío) el amarillo del
vestido (color cálido) da la impresión de estar delante. Sin embargo, para que
no esté demasiado delante, el pintor ha pintado a la segunda mujer de azul
(color frío) que sujeta al amarillo. Y así el espacio se puede construir por
medio de valores como en Leonardo o por medio de colores como en Matisse, que
aumenta la consistencia de su espacio recurriendo a colores complementarios; el
rojo de la tapicería, el rojo del vestido de la derecha, el verde del fondo y
de las dos plantas a un lado y de otro de las lectoras se refuerzan y completan
lo mismo que el amarillo y el azul de las dos mujeres.
En la Virgen de las Rocas no hay una
parcela del cuadro que no esté pintada. El menor blanco sería un agujero y
desgarraría el tejido continuo de los matices. Sin embargo, Matisse se ve
obligado a disponer de “márgenes” para conservar en sus colores el máximo de
intensidad. Los blancos no son pues ni agujeros ni olvidos, sino intervalos
necesarios entre los sonidos fuertes que son los colores.
La composición no es menos firme en un
pintor que en otro, y hasta presenta una inquietante semejanza.
La Virgen de las Rocas se ordena en una
pirámide cuya cima es la cabeza de la
Virgen y sus lados San Juan Bautista y el Ángel.
En Matisse la pirámide se convierte en
triángulo, cuya cúspide está en la cabeza de la mujer de amarillo; el lado
derecho está en la lectora de azul y el izquierdo por la de amarillo y la
planta verde sobre la mesita.
Ni aún en los fondos dejan de presentarse
semejanzas, pues a las rocas abiertas en Leonardo,
responde en Matisse la tapicería con sus
azules cercados de rojo.
La
masa sombría detrás de la Virgen
se convierte en el rectángulo verdoso sobre el
que se destaca la cabeza de la lectora de amarillo.
Los reflejos de las rocas que animan la
opacidad de las sombras se convierten en la Lectura en el contorno claro que
encierra la cabellera negra.
Por último, el lado derecho del fondo marca un
afán de la misma naturaleza en ambos pintores: a la roca que hace de biombo
ante el cielo en la obra de Leonardo, corresponde la planta verde ante la
puerta.
La Virgen de las Rocas y La Lectura son
dos obras igualmente logradas. Mientras que Leonardo ordena todo el ambiente
coloreado resultante del juego de
valores cromáticos confiado al sfumato,
Matisse ordena todo en el color, el cual somete a una luz intensa por igual.
Cada una de estas posiciones tiene por efecto dar a la obra una fisonomía que
le es propia trasformando los personajes, los objetos, las formas, los colores,
la distribución, etc.
Se puede decir que Leonardo despliega
sus formas en profundidad por medio de valores que se interpenetran, mientras
que Matisse reduce las suyas al plano por medio de colores yuxtapuestos.
Ver las obras pintadas es buscar la
coherencia del lenguaje plástico que han escogido los autores. Dicho lenguaje
plástico es diferente de unos autores a otros, así como de unas épocas a otras.
René Berger. Découverte de la peinture. Lausana 1968. (El conocimiento de la pintura, Editorial Noguer 1976). Capítulo "Condiciones de un arte de ver"
ResponderEliminarUn saludo