INSTALACIONES
PICTÓRICAS
No
hay nada nuevo en una pintura que se extienda por todos los muros de una sala:
las cuevas con pinturas rupestres, los palacios renacentistas, las iglesias
ortodoxas, etc. son ejemplos de ello.
Con
el minimalismo y el arte conceptual empieza a surgir sobre el 1960 la
conciencia de la importancia espacial en la que se coloca la obra de arte. El entorno, el contexto y la interacción de
los elementos que configuran la obra pasan a un primer plano. El artista quiere
que el espectador penetre en el mundo que se le está ofreciendo creándole una
dimensión espacio-temporal totalmente nueva.
La
pintura tiene la capacidad de estimular otros sentidos además de la vista. El
sexto sentido, la cinestesia, que nos permite percibir y sentir el propio
cuerpo en movimiento tiene que ver con contemplar un cuadro. El pintor Brice
Marden escribió:
La forma de observar una
pintura físicamente es muy importante. Una buena manera de acercarse a un
cuadro es admirarlo desde una distancia equivalente a su altura para luego
duplicar dicho espacio y a continuación volver a acercarse a fin de observarlo
con detalle, en busca de la respuesta a las preguntas que le haya suscitado
cada una de las distancias de observación.
Esto
supone que los ojos del espectador deben
posarse en la obra mientras el cuerpo
explora la relación entre dicha obra y el resto de la sala. Por consiguiente,
tiene su lógica ampliar la pintura a toda la estancia de tal modo que el
desplazamiento del cuerpo del espectador por la sala, se convierta en parte
importante de su experiencia artística con esa obra.
Desde
el expresionismo abstracto se concede una gran importancia a las dimensiones de
la pintura. Este aumento del “formato” ha llegado a ocupar paredes enteras, y
esta pintura solo puede experimentarse a modo de un entorno que nos rodea y en
el que estamos inmersos.
Esta
nueva forma de concebir y considerar la pintura, tanto desde el punto de vista
de las dimensiones como la experiencia artística del espectador al tomar
conciencia de la sala y del espacio, ha
originado lo que hoy se llaman
INSTALACIONES PICTÓRICAS. Diferentes artistas han dado diferentes soluciones y
enfoques a estas INSTALACIONES. Veamos algunas de ellas.
Blinky Palermo (Alemania.
1943 – 1977) repintaba las paredes
de la sala antes de colocar sus propias obras.
En
muchas de sus exposiciones pintaba directamente sobre las paredes a fin de
fijar la atención en la naturaleza del espacio, o destacar alguna peculiaridad
como los marcos de las puertas, la luz de las ventanas o de la iluminación
eléctrica.
En
ocasiones presentaba formas excéntricas monocromas o de reducido tamaño que
invariablemente activaban una pared. Su peculiar triángulo azul pretendía ser
un despertador del espíritu.
Cuando colocaba los cuadros buscaba organizar
la sala, convertirla en una experiencia estética en su conjunto.
La
pintora alemana Katharina Grosse (1961), actúa de una manera totalmente
diferente.
Sus
pinturas están realizadas casi todas con
pistola pulverizadora en lugar de con pincel y son unas pinturas sensualmente
agresivas. Resultan sorprendentes por su escala y por su ambición.
Sus instalaciones pictóricas desestabilizan el
espacio, desestabilizan la arquitectura.
La
naturaleza fragmentaria y a menudo antagónica de las manchas pictóricas es fundamental a la hora de conseguir un
efecto tenso y provocador, en lugar de ser decorativas y relajantes.
Otras
veces utiliza objetos tridimensionales. Esta multitud de globos o esferas de
colores, colocadas unas sobre otras, parecen inundar la sala.
La
colocación sobre paredes verticales tiene un aire surrealista y totalmente
rompedor del espacio y entorno en el que habitualmente nos movemos.
En ocasiones, invadir la sala no pasa
por pintar las paredes sino en colocar las obras en un entorno particular.
Determinadas obras pueden alterar mucho la percepción y el significado de un
determinado espacio.
Las telas de la escocesa Alison Watt (1965) modifican la
percepción del espacio cuando están colocadas en una sala de exposiciones o en
una determinada instalación, pero lo hacen de una manera que artísticamente,
hoy en día, podemos considerar como convencional o normal.
Pero
cuando coloca una de sus pinturas en el altar o en las paredes de una iglesia
se establece una comparación con la tradición de colocar retablos en los altares,
lo que supone una experiencia estética radicalmente distinta para los fieles en
los que provoca una serie de interrogantes.
Y si
el cuadro influye en el entorno, el lugar en que se coloca también influye en
él. Ambos se influyen mutuamente pues el cuadro queda bañado por la belleza del
entorno y por el ambiente de calma y sosiego.
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