MATISSE – LA ALEGRIA DE VIVIR
Los antecedentes del fauvismo se sitúan en los
alrededores de 1890, cuando Van Gogh y
Gaugin intentaban expresar todo su apasionamiento con obras intensamente
coloreadas. Gaugin decía: ¿esta sombra es
más bien azul?, píntela de azul marino; las hojas son rojas, póngale bermellón…
esto origina la creación de un paisaje coloreado según estas reglas y se convierte en un mensaje
que será tenido en cuenta por sus seguidores.
El
fauvismo es sobre todo la obra de tres pintores: Matisse, Derain y De Vlaminck.
Los tres pintan de una manera similar y coinciden en la búsqueda de los poderes
de expresión del color puro. Con el uso de colores artificiales a raudales
estaban contribuyendo a la emancipación de uno de los elementos principales de
la pintura: el color.
El pintor no representa lo
que ve sino la intensidad de lo que ve, quizá su emoción, pero en todo caso su
emoción visualmente expresada, plásticamente construida.
En las pinturas realizadas
por Matisse en el verano de 1905 el
color es totalmente libre y se ha
despojado de toda obligación descriptiva tal como observamos en "Ventana
abierta". La arbitrariedad del color fue la bandera de los fauves.
Ninguno, sin embargo, como Matisse, ahondó en este concepto con tanto rigor. Matisse
persiguió desde el principio construir con el color un orden propio del cuadro,
distinto del orden de la naturaleza. El cuadro resulta así una síntesis de las
sensaciones coloreadas, donde toda la superficie del cuadro es activada por la
tensión resultante de la relación entre los distintos acordes de colores
complementarios.
En
1906 Matisse presenta una única obra en el Salón de Otoño: “La alegría de
vivir” que causó un gran impacto. En esta obra, de gran formato y cuidada
factura, Matisse abandonó el divisionismo a favor de una orquestación de color
de una originalidad y complejidad que deja estupefacto. El cuadro no solo
sorprende por su brillantez y luminosidad, sino también por sus atrevidos y
casi caleidoscópicos cambios de escala, matiz y tonalidad. Las grandes y
aplanadas zonas contrastadas de vivos pigmentos se acrecientan con pequeños y
oscuros acentos y con arabescos
lineales. Es clara la influencia del uso del color que hace Gaugin en sus
pinturas tahitianas, pero Matisse lleva el concepto mucho más lejos. Gaugin
aisló con éxito el lenguaje del color de la representación mimética (ya no era
necesario que un árbol fuese verde, un cuerpo fuera rosa o marrón o un plátano amarillo), pero en este cuadro Matisse
trasformó el color en algo completamente diferente. Si los cuerpos son rosados,
entonces es mejor utilizar un rosa antinatural. Pero también podrían ser
azules, rojos o naranjas, en función de su colocación en el cuadro y del papel que se les exige que desempeñen
en la organización general del color. En La alegría de vivir la hierba es
amarilla o violeta, el cielo es rosa y los árboles pocas veces son verdes. Esta
obra es un anticipo de lo que haría Matisse más tarde.
Las
obras de Matisse son de una aparente sencillez, de unos colores bonitos y
brillantes y con un dibujo que parece
hecho de una manera torpe y descuidada. Nada más lejos de la realidad. Sus
cuadros o son producto de un estudio muy tranquilo y meticuloso o están hechos
así por la mente de un genio, de una manera espontánea. Yo me inclino más por
esta segunda opción con un ligero ingrediente de la primera.
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