martes, 10 de marzo de 2020


(1) -  REMBRANDT Y EL RETRATO EN AMSTERDAM, 1590-1670 

            Este es el título de la magnífica exposición que nos ofrece el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza. En ella se nos presenta la evolución del retrato en Holanda entre el 1590 y el 1670 de una manera clara y muy didáctica. Es un gran ejemplo de como se debe presentar la evolución de una faceta de la pintura.
            Pero lo que más me ha gustado no ha sido observar la evolución del retrato, si no la reflexión que he realizado sobre la calidad del retrato y como un cambio de modelo o una nueva moda no supone una mayor calidad.

Retrato Individual
         Lo fundamental del retrato es que se vea bien la cara del personaje, que todo en el cuadro nos lleve a observar su rostro, que éste sea el centro y a donde queramos o no se nos vaya la vista. La técnica del pintor puede ser asombrosa, los tejidos pueden parecer reales, al igual que los muebles, adornos, etc. pero si la construcción no nos lleva al rostro no se puede considerar un buen retrato. Por supuesto que eso no condiciona que el retrato solo por eso sea una obra de gran categoría o una obra maestra. Se empieza a considerar como tal cuando la pintura expresa la forma de ser, el carácter, el “alma” del retratado, pero eso solo lo han conseguido muy pocos genios. Como ejemplo está el retrato del papa Inocencio X, que realizó Velázquez y que el mismo papa, al verlo exclamó: Troppo vero! («¡demasiado veraz!»)
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        Dejemos a Velázquez y vamos con los retratos holandeses (algunas imágenes no son de cuadros de la exposición, y las pongo por motivos didácticos).



        La cara es lo que más se ve en estos dos retratos y la vista rápido se nos va a ellas. El fondo oscuro hace que resalte mucho el color de las caras y además, el cuello blanco hace que la vista se vaya allí y encima de él está el rostro. Las manos pueden ser un distractor ya que su color destaca mucho y hace que la vista se vaya a ellas, pero también nos pueden conducir, a través de las mangas, hasta el rostro, aunque eso no está tan conseguido. Pero esas miradas perdidas e inexpresivas no tienen nada que ver con la de Inocencio X.


        En estos dos retratos son las manos las que tienen el protagonismo ¿Qué pretendía el pintor al plasmarlas en esas posiciones? Posiblemente estaba de moda que se vieran bien las manos y que incluso fuesen una muestra del virtuosismo y calidad del pintor. En mi opinión, esas manos estropean los retratos pues no aportan nada sobre características psíquicas de los retratados, rompen la composición y son una distracción que no viene a cuento.

        Pasan los años y la moda en el pintar es diferente.  El fondo no es neutro, hay una ventana por la que se ve un poco de paisaje y un cortinaje. Pero nada nos distrae. La pintura está bien construida y la vista se nos va a la cara. La frente y ojos son lo que tiene más luz del cuadro. El borde blanco del escote del vestido también nos lleva allí. Y las bocamangas blancas del vestido también ayudan a conseguir guiarnos la visión: la bocamanga más clara nos conduce  directamente, su posición vertical hace que la vista suba hacia la claridad. La bocamanga del brazo derecho, más oscura, lleva la vista por la oscuridad del brazo hacia el cuello y el óvalo de la cara. ¡Una magnífica composición plástica!
        Rembrandt es uno de los más grandes pintores de todos los tiempos y a medida que pasaban los años cada vez buscaba más expresar el interior, el “alma” del retratado, tanto que se olvida totalmente del fondo. No son fondos para resaltar al personaje, el personaje se funde con el fondo y parece salir de él, es como una aparición.

           La mujer surge de la oscuridad y está como ausente, está abstraída, pensando en sus cosas y sabemos que está pensando por su mirada, pues no es una mirada perdida, es una mirada de alguien que está concentrado. 

           El hombre es un personaje misterioso, tan misterioso que su entorno se llena de misterio; sus ojos no se ven, pero su mirada se siente y se siente llena de determinación, y yo diría que hasta de audacia.

            Este autorretrato es para mí lo mejor de toda la exposición. No hay casi cuerpo, ni fondo, solo el rostro. Un rostro con una mirada que casi no se ve, pero que casi se siente. Podría decirse que es la mirada y el rostro de un hombre tranquilo, sabio, con la sabiduría que da la vejez, la experiencia de la vida… pero no. Solo veo la mirada y el gesto de un hombre real, con toda su complejidad, con sus buenos y malos recuerdos, …  en definitiva, solo veo a un hombre.

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