martes, 3 de diciembre de 2013

CEZANNE: Casa y granja de Jas de Bouffan

En ocasiones nos extraña que algo que aparentemente está mal pintado pueda estar hecho con toda intención y que el resultado final sea una obra, plásticamente, de alta calidad. Este cuadro de Cezanne es un buen ejemplo de lo que acabo de decir.   


            
Hacia 1885 Cezanne pinta Casa y granja de Jas de Bouffan, una imagen inusual de la casa paterna en Aix. Esta casa representaba para Cézanne el remanso de calma en su agitada vida. Lo más sorprendente en este motivo, que el pintor retomó una y otra vez, es la notoria inclinación de la casa hacia la izquierda. En el mismo eje se sitúa también la colina gris y verde de la parte derecha. En la cara orientada al sol, el conglomerado de casas de servicio, que también llevan la misma inclinación, tiene una correspondencia cromática – si bien en un tono más luminoso – con el color amarillo-naranja del edificio principal, formando una línea diagonal de tensión que se acentúa con la inclinación del tejado rojizo con sus aristas afiladas. El verde satinado de la vegetación pone el contrapunto al rojo del tejado. De esa forma surge un contrate cromático, gracias a los colores complementarios rojo y verde, y un contraste formal, entre la forma lineal del tejado y la forma orgánica y curvilínea de la vegetación. El verde claro del trozo de paradera a la izquierda tiene su réplica en el azul verdoso del cielo. Nos encontramos aquí con dos contrastes recíprocos que no permanecen estáticos, sino en movimiento, merced a la inclinación hacia atrás de la casa.
¿Qué sensaciones tenía el pintor, cómo contemplaba el mundo externo para desquiciar de esa forma la “Jas de Bouffan”, la “casa del viento”? Al igual que un hombre que se pone al sol en un ángulo favorable para recibir el mayor calor posible del astro rey, la “Jas” se dobla hacia atrás para recibir de lleno la riqueza del color. No es el cielo el que tiene un azul luminoso, sino los postigos abiertos de las ventanas, que franquean el paso al calor de un día veraniego en Provenza y convierten al edificio en un cuerpo plástico en el espacio. De esa forma uno constata sorprendido que la fachada plana del edificio adquiere volumen, pese a que los elementos del cuadro aparecen estar en un mismo plano. Esta impresión no se refuerza mediante la incidencia de una luz especialmente viva, dada la situación del motivo bajo el sol. Todo el cuadro aparece soleado. La luz está en los mismos colores.
         El no quiere  trasmitir la ilusión de un mundo tridimensional, crea una nueva realidad a base de planos bidimensionales de la imagen. Por eso evita en sus cuadros la perspectiva lineal que produce la ilusión de una profundidad tridimensional. Además una perspectiva  lineal le obligaría a representar cada objeto con las dimensiones que le da la perspectiva. Pero lo que él pretende es dar a  cada objeto la dimensión concebida por él.
         Los colores y las formas tienen la misma importancia en toda la superficie del cuadro y deben aparecer en todo el lienzo con la misma claridad. La estructura de la superficie pictórica debe ser unitaria, evitando todo naturalismo ilusionista. Por eso la luz debe incidir por igual en todas las partes del cuadro. Cézanne evita en lo posible cualquier referencia a la fuente de luz y a las sombras que arroja. Su luz es regular y proviene del interior del cuadro, es una luz producida por los mismos objetos.


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