viernes, 21 de febrero de 2014

ROTHKO
        Rothko es uno de los máximos representantes del expresionismo abstracto norteamericano. Su estilo va cambiando. Hacia 1947 empieza a centrarse en manchas de color que poco a poco van adoptando formas geométricas.  A partir de 1950  solo emplea rectángulos horizontales o verticales  que organiza sobre la superficie del cuadro de forma frontal, unos sobre otros o unos junto a otros.


En muchas ocasiones los rectángulos de colores más vivos, están sobre fondos más oscuros, con los bordes, casi siempre, borrosos. 


 La impresión que ofrecen los cuadros de Rothko es de serenidad, muy distinta de la angustia y violencia de los que pintaba Pollock. Rotko superpone capas de color poco empastado, con ligeros cambios de 


tono, pero brillantes y sensuales, como un pintor de brocha gorda que pinta una pared y da vida a algo que en principio no era más que una separación entre dos espacios: la tela.


La obra Cuatro oscuros en rojo consagra a Rothko como un gran colorista. A menudo el artista recurre a un eje dotado de una gran intensidad emocional que va del negro al rojo, pasando por el marrón. Es una gama de color muy exigente que requiere un control absoluto de su calidez para que no parezca estridente y ampulosa. Rothko la gestiona con una habilidad y una sutileza consumadas, y con una aparente facilidad. El campo rojo en el que flotan las cuatro formas oscuras aparece teñido de carmesí y luego de naranja y de marrón. Las formas rectangulares complementan estas gradaciones. La que está más próxima al extremo inferior de la tela es un púrpura algo ennegrecido. Las siguientes, que sólo se mueve hacia arriba, en vertical, es más violeta. La zona más extensa que aparece pintada de negro está sombreada en azul y luego en verde. Y, finalmente, comprimida en lo alto de la tela, vemos una delgada raya de un marrón bastante indescriptible y sombrío que parece sostener el conjunto de la composición.


        Rothko hace una obra muy oscura a partir de 1964. Uno de los cuadros más destacados de esta época es Sin título 1968. Este cuadro es de una grandilocuencia enigmática. Un bloque negro purpúreo con toques amarillentos halla su espacio gracias a la presencia de una banda inferior en sentido horizontal de un negro rojizo y de una zona parecida, en la parte superior, de color negro verdusco. La proximidad de los tonos oscila de modo inquietante entre la presencia y la nada; las formas se fusionan, desaparecen y reaparecen solo para perderse de nuevo en el fondo.


En general, sus cuadros son como algo etéreo, algo que se mueve lentamente y se diluye en lo que está debajo o que emerge lentamente del fondo del cuadro.


Todo es tranquilo, sereno. Y esa lentitud del movimiento de la masa pictórica la consigue por la multitud de capas semitransparentes que hacen que lo que está debajo tenga una presencia latente y por los bordes borrosos que separan unas masas de pintura de las otras; es como si la pintura estuviera emergiendo o sumergiéndose lentamente en contacto una con la otra pero sin llegar a mezclarse de forma total y plena. 


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