ROTHKO
Rothko
es uno de los máximos representantes del expresionismo abstracto norteamericano.
Su estilo va cambiando. Hacia 1947 empieza a centrarse en
manchas de color que poco a poco van adoptando formas geométricas. A partir de 1950 solo emplea rectángulos
horizontales o verticales que organiza
sobre la superficie del cuadro de forma frontal, unos sobre otros o unos junto
a otros.
En muchas ocasiones
los rectángulos de colores más vivos, están sobre fondos más oscuros, con los
bordes, casi siempre, borrosos.
La impresión que ofrecen los cuadros de Rothko
es de serenidad, muy distinta de la angustia
y violencia
de los que pintaba Pollock.
Rotko superpone capas de color poco empastado, con ligeros cambios de
tono,
pero brillantes y sensuales, como un pintor de brocha gorda que pinta una pared
y da vida a algo que en principio no era más que una separación entre dos
espacios: la tela.
La
obra Cuatro oscuros en rojo consagra
a Rothko como un gran colorista. A menudo el artista recurre a un eje dotado de
una gran intensidad emocional que va del negro al rojo, pasando por el marrón.
Es una gama de color muy exigente que requiere un control absoluto de su
calidez para que no parezca estridente y ampulosa. Rothko la gestiona con una
habilidad y una sutileza consumadas, y con una aparente facilidad. El campo
rojo en el que flotan las cuatro formas oscuras aparece teñido de carmesí y
luego de naranja y de marrón. Las formas rectangulares complementan estas
gradaciones. La que está más próxima al extremo inferior de la tela es un
púrpura algo ennegrecido. Las siguientes, que sólo se mueve hacia arriba, en
vertical, es más violeta. La zona más extensa que aparece pintada de negro está
sombreada en azul y luego en verde. Y, finalmente, comprimida en lo alto de la
tela, vemos una delgada raya de un marrón bastante indescriptible y sombrío que
parece sostener el conjunto de la composición.
Rothko hace una obra muy oscura a partir
de 1964. Uno de los cuadros más destacados de esta época es Sin título 1968. Este cuadro es de una
grandilocuencia enigmática. Un bloque negro purpúreo con toques amarillentos
halla su espacio gracias a la presencia de una banda inferior en sentido
horizontal de un negro rojizo y de una zona parecida, en la parte superior, de
color negro verdusco. La proximidad de los tonos oscila de modo inquietante
entre la presencia y la nada; las
formas se fusionan, desaparecen y reaparecen solo para perderse de nuevo en el
fondo.
En general, sus
cuadros son como algo etéreo, algo que se mueve lentamente y se diluye en lo
que está debajo o que emerge lentamente del fondo del cuadro.
Todo es tranquilo,
sereno. Y esa lentitud del movimiento de la masa pictórica la consigue por la
multitud de capas semitransparentes que hacen que lo que está debajo tenga una
presencia latente y por los bordes borrosos que separan unas masas de pintura de
las otras; es como si la pintura estuviera emergiendo o sumergiéndose
lentamente en contacto una con la otra pero sin llegar a mezclarse de forma
total y plena.
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