viernes, 28 de febrero de 2014

DEGAS

        Uno de los temas en los que Degas trabajó fue el de las carreras de caballos. Sobre ellas, y sobre el hipódromo, realizó numerosos cuadros. Son cuadros que casi nunca transcurren en entornos concretos, son cuadros en los que hay un mundo bullicioso que se convierte en excusa para los juegos luminosos y fugaces de sus cuadros.


En este cuadro, que es el que vamos a comentar, Degas utiliza figuras que ya han aparecido en otros cuadros. El cuadro se convierte así en algo construido por el pintor y no en la reproducción de algo visto.
        En el siguiente cuadro obsérvese como el caballo que va corriendo y el caballo del primer plano son los que están en el cuadro anterior.


En el cuadro que comentamos, todo ocurre como si esta escena pudiera suceder en cualquier momento. Da la impresión de que los caballos y el carro acaban de irrumpir en ese espacio.
Solo el caballo que aparece a nuestra izquierda se mueve rápidamente, pero el tren que recorre el fondo le acompaña con la impresión de movimiento que da el humo de la locomotora.


El carro y los personajes que están a nuestra derecha, que ocuparon en otro momento, el centro de la composición, están a punto de desaparecer por nuestra derecha. Cada uno de ellos corresponde a un esquema compositivo diferente, todo parece el resultado de algo casual, pero no hay nada de improvisación ni casualidad. Hay unas relaciones dinámicas conseguidas a través de la superposición de las figuras, de la oposición entre varias de ellas (unas van en un sentido y otras en el opuesto) y en su fragmentación, que hace que las figuras parece que están desapareciendo o apareciendo en el espacio plástico del cuadro. De esta forma Degas consigue la sensación de movimiento y ajetreo que hay en las carreras de caballos. Degas trabaja con los contrastes.
        En este cuadro no hay sombras, no las necesita para producir animación. Los colores individuales individualizan las formas lo suficiente para que no queden sumidas en el caos compositivo.
        Los contrastes continúan en un juego de sombreros de los personajes que están a la derecha. Por un lado está el austero sombrero del hombre y por otro las formas etéreas y extravagantes del sombrero femenino.
        Y todo el aparente caos informal, la visión dinámica del momento, el ritmo en el que se mueven los personajes, contrastan con la quietud del fondo, formado a base líneas y planos paralelos a la superficie del cuadro: los espectadores, el plano terroso de la vía del tren y el horizonte alto que cierra el cuadro.

        En definitiva, un cuadro en el que Degas ha sabido dar la sensación de ajetreo y movimiento propios de un hipódromo con medios puramente plásticos. 

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