JOHN
CURRIN
A lo
largo de la historia de la pintura, la representación del cuerpo humano ha
ocupado un lugar preeminente por no decir que ha ocupado el primer lugar. En el
momento actual se podría discutir si ese primer lugar corresponde a la figura
humana o a algunos otros temas pictóricos.
Lo que es más relevante es tener en
cuenta que al igual que ha cambiado nuestra manera de entender el cuerpo
humano, también lo ha hecho nuestra forma de pintarlo y nuestra forma de mirar
los nuevos cuadros.
Todo lo relacionado con el aborto, la
cirugía plástica, la raza, el género, la homosexualidad, etc. han modificado
nuestras ideas sobre el cuerpo, tanto del nuestro como del de los demás. Hay
muchas obras pictóricas actuales que pretenden reflejar el cuerpo de una manera
más acorde con el momento en que vivimos: como más frágil, menos inmutable y,
pese a ello, sede de nuestra identidad.
Los artistas despliegan diversas visiones
y concepciones personales, respecto a la gran tradición de la pintura de la
figura humana, que la renuevan y la amplían.
Uno de los pintores contemporáneos que casi
exclusivamente se ha dedicado a pintar el cuerpo humano es John
Currin (1962, Colorado).
En sus primeras obras caricaturiza y se
mofa de los estereotipos estadounidenses. Pinta mujeres con pechos
desproporcionados o con vestimentas o poses en disonancia total con sus
rostros.
Este es un cuadro que me parece no solo
caricaturesco, sino hasta un poco cruel por la mofa y la burla de que es objeto
la mujer pintada. La mirada va directamente a esos pechos perfectamente
redondos, que parecen globos y que nos provocan risa. Y ya todo en el cuadro es
esperpéntico: a partir de los pechos la vista sube por la bella melena llena de
bucles, para no romper de golpe la redondez absoluta del pecho, y que rodea una
cara llena de bultos o manchas que desfiguran el rostro y lo hacen casi hasta
repulsivo; el gesto del brazo y mano derecha que es totalmente artificial como
artificiales son los dedos; y nos fijamos en su culo por el colorido del
pantalón rojo que lleva; el giro antinatural de su cuerpo. Todo contribuye a
esa imagen de irrealidad que nos provoca risa, burla, asombro o lástima.
Currin es un pintor que conoce
perfectamente a los maestros antiguos y todas las técnicas de composición de un
cuadro. Este retrato “La señorita Fenwick” (1996)
es un retrato clásico. Como en todo buen retrato la vista se nos va a su
rostro, a su cara.
La disposición de los brazos crea un
circuito en el que se entre por cualquier lugar siempre nos lleva a la cara.
Y
todo el cuerpo suavemente pintado contrasta con las pinceladas gruesas que usa en
su cara, lo que le da un sentido de desecación y decadencia. Con
este contraste en la textura, o en la suavidad de la pincelada utilizada
en las otras partes del cuerpo, Currin hace una crítica de las convenciones
sociales, en las que la edad está casi proscrita.
Este
otro retrato de Ms. Omni de entrada es como más caricaturesco por su dibujo. La
construcción también es impecable, las líneas de los brazos, del cuerpo, los
colores, todo nos lleva hacia el rostro. Y aquí utiliza unas luces y sombras
muy acusadas, que nos muestran un rostro que está lejos de ser el de una mujer
joven que intenta adoptar una pose de indiferencia ante la vida.
La temática ha ido cambiando. En sus obras
más recientes parece aspirar a ser un maestro de la antigüedad, sobre todo un
maestro de la escuela flamenca: Cranach, Brueghel, etc. parecen revivir en
algunas de sus obras; o del siglo XIX, pues Courbert también parece revivir en
otras.
La mejor manera de salir de dudas es preguntárselo a John Currin, pero no tengo su dirección y no puedo hacerlo.
Pe
Personalmente
me gustan más las dos mujeres de Currin que las tres de Cranach. Las veo mejor
colocadas, pues cada una de ellas influye en la otra; en una composición más
equilibrada, más dinámica y en la que ambas tienen una actitud de complicidad
picaresca entre ellas, que se manifiesta en su mirada y en su sonrisa. En las
de Cranach cada una está a lo suyo, no parece haber ni interacción ni
complicidad entre las tres; me parecen tres maniquíes de un escaparate que
están esperando que las vistan.
Entre estos dos cuadros me gusta más el
de la izquierda, el de Currin. Los dos son muy artificiales, pues ninguna mujer
se quita las bragas, o se las pone, con una serie de teteras, salseras, platos
y tazas delante. Pero el pintor tiene libertad para pintar lo que quiera, y
como pinturas, me parece mejor la de la izquierda.
La de la derecha, la
de Lucas Cranach el Viejo es una pintura claramente pornográfica para su época.
Era una pintura para estar en el gabinete privado del señor que la compró, pero
no para exhibirla. No me voy a detener en comentarla. Vamos con la de Currin.
Es una pintura
hiperrealista. La técnica y el virtuosismo son impecables. Todo el cuerpo hace
una suave curva, tanto por un lado como por el otro, que llega al suelo, pero
en lugar de ser un suelo plano está lleno de piezas redondeadas de porcelana,
que nos llevan por medio de las curvas hacia el otro lado, para desde allí
subir por la pierna otra vez y encontrarnos con la curva corporal y cerrarse así
el circuito visual.
Pero en este circuito
visual nos encontramos con una barrera: las bragas blancas en los muslos de la
joven que hacen que, queramos o no, veamos su arreglado y velludo pubis. ¿Y no
es eso lo que se está mirando ella?
Y aquí podíamos empezar a elucubrar sobre el
porqué lo mira, si la vajilla representa esto o lo otro, etc. que cada cual se
imagine lo que quiera y así todos nos quedamos tan contentos. Pero podemos
decir que lo mira porque sí, porque le gusta sentirse bella y atractiva, y con
eso basta. Es la diferencia entre un antes no muy lejano y un ahora.
Me sorprende ese
candelabro y esa vela de la derecha. ¿Por qué está ahí? No lo sé. Plásticamente
yo la habría puesto para romper tanta redondez como hay en las flores de la
pared, en la vajilla del suelo, en el pelo de la mujer y en la curvatura de sus
hombros.La mejor manera de salir de dudas es preguntárselo a John Currin, pero no tengo su dirección y no puedo hacerlo.
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